sábado, 17 de diciembre de 2011

La distopía de Orwell y las redes sociales del siglo XXI

1984 es una de las distopías más célebres del siglo XX. En ella, George Orwell presenta un futuro en el que una dictadura totalitaria interfiere hasta tal punto en la vida privada de los ciudadanos que resulta imposible escapar a su control.

La sociedad está basada en el miedo, en el odio, en el terror, “las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y el autorebajamiento”.

La obra nos plantea la existencia del Gran Hermano como la representación del Partido, pero que ni siquiera se sabe si existe, debido a que nadie lo ha visto nunca a excepción de carteles. Su figura es casi divina y es amado y respetado por todos.

La historia gira en torno a Winston, un trabajador común que obedecía al Gran Hermano. Con el tiempo se fue dando cuenta de cómo era la realidad en la que vivía y todo lo que pensaba o veía lo anotaba en un libro en blanco. Luego conoce a Julia y establece una relación amorosa, con la cual cambia rotundamente su vida odiando totalmente al partido y al Gran Hermano. Después intenta unirse a la Hermandad (organización opositora al gobierno); pero luego la policía lo secuestra y por medios horribles hacen que vuelva a adorar al Gran Hermano y al partido como todas las otras personas.

Se habla de 1984 como ejemplo de distopía debido a que en la obra se describe una sociedad opresiva y cerrada sobre sí misma, bajo el control de un gobierno autoritario, pero en la que se refleja a un grupo de ciudadanos que luchan contra ese modelo de gobierno, representando la utopía del cambio.

La utopía es el mejor de los mundos, la libertad definitiva y absoluta, el sueño de todo ciudadano hecho realidad. La distopía es el peor de los mundos, la sumisión definitiva y absoluta, el sueño de todo gobernante hecho realidad, y será tanto más efectiva cuanto mayor grado de satisfacción produzca en el ciudadano.

La obra de Orwell mantiene muchos paralelismos con la actualidad, donde una gran cantidad de avances tecnológicos han generado mejoras sustanciales en la comunicación a nivel mundial, permitiendo acortar las distancias.

Sin embargo todos estos avances también han generado la creación de una vasta red de información personalizada que incluye a millones de habitantes de la tierra, que de alguna manera se encuentran “bajo vigilancia” tanto por los Estados como por las empresas privadas generadoras de las diferentes plataformas que permiten la interacción de los usuarios, más conocidas como redes sociales.

Si bien todas estas herramientas (correo electrónico, Facebook, Twitter, taringa, etc.) han aportado grandes avances en materia de interacción, además de ofrecer múltiples opciones de entretenimiento, también han cambiado la esencia original de ser un medio libre y universal con la que fue creada la web. Actualmente las plataformas de interacción 2.0 tienden a la creación de jerarquías (moderadores, foristas clasificados en clases, etc.) además de avanzar contra la privacidad de las personas, solicitando datos cada vez más personales para formar parte de las redes sociales, a la vez que nos inducen a través de diferentes aplicaciones a dar a conocer nuestras preferencias en vestimenta, música, deportes y diferentes áreas, que no representan otra cosas más que un estudio de mercado individualizado.

“Con el desarrollo de la informática y de otros medios de gestión de datos, la vigilancia amenaza con llegar a todos los rincones de nuestra vida. Imagínese que ha oído hablar de un país con veintiséis millones de habitantes, donde el gobierno gestiona 2.220 bases de datos que contienen un promedio de veinte archivos sobre cada ciudadano. El 10% de los habitantes tiene su nombre registrado en el ordenador central de la policía. Usted podría pensar que este país tiene una dictadura. De hecho, es Canadá”, escribió el sociólogo David Lyon (1994, p.83)

Michel Foucault en sus estudios sobre instituciones penitenciarias, ya mostró como funcionaba el más importante mecanismo de poder de la sociedad de los trabajadores: el panóptico. El funcionamiento del panóptico forma parte del diseño arquitectónico de la prisión tradicional; se trata de una torre en mitad de la prisión, desde la cual se puede observar la totalidad de sus espacios y rincones.
El panóptico posibilitaba que unos pocos, invisibles, pudieran mirar a muchos. La invisibilidad de estos pocos producía el efecto de que su presencia no fuera necesaria para que se interiorizase la vigilancia: es así como aparece la disciplina, tan importante en la sociedad de productores.
Es imposible no relacionar esta teoría con el uso actual de las redes sociales. Tenemos a grandes empresas manejando datos personales, preferencias y fotos de millones de personas. También el Estado avanza en diferentes métodos de control mediante el empleo de estas plataformas. Hasta llegamos observar casos de funcionarios enfrascándose en discusiones políticas o criticando a cibernautas que no piensan o que no defienden un determinado modelo de gobierno.

Todo esto lleva a la conclusión de que cada vez nos alejamos más de los fines de universalidad y libertad con los que fue creada la web y que muy a nuestro pesar no acercamos a esa sociedad del control absoluto que describió hace varios años Orwell en 1984.

Todas las nuevas redes sociales que nos venden la ilusión de una libre posibilidad de opinión y acceso al conocimiento no son más que la prisión de la que habla Foucault, a la que estamos entrando voluntariamente.

Al respecto Vicente Verdú, en “La Sociedad Transparente”, plantea que “la pasión de ver o saberlo todo ha hallado importante satisfacción en la divulgación de las web cam, o pequeñas cámaras que difunden imágenes por Internet (…) Gracias a la cámara el emisor entiende que su existencia gana valor, cambia su rutina ciega por la excepcionalidad de la visión múltiple, entrega su secreto, que no vale nada, a cambio de un vistazo público. Unos muestran sus juegos con los nietos, otros sus copulaciones, otros simplemente los bostezos. La exhibición otorga valor, una vez que el capitalismo de ficción ha enseñado que nada logra vigencia si no llega a ser imagen” (Verdú 2004).

Ante la pregunta de si hay una pérdida de la privacidad con el uso de las redes sociales, el tecnólogo David de Ugarte afirma que esta pérdida es “voluntaria e inevitable en todo caso”. “Si juegas al panóptico, a relatar tu vida en un espacio público y compartido con otros que también lo hacen, de poco servirán los biombos. Pretender lo contrario es inconsciencia o hipocresía. A fin de cuentas el único servicio diferenciado que ofrecen las mal llamadas redes sociales es el cotilleo sobre el propio entorno. Quejarse de ello sólo servirá para atraer a los eternos postulantes a crear nueva y más restrictiva legislación”.


Bibliografía

FOUCAULT, M., 1975b, Vigilar y castigar. París: Gallimard, 1986.
ORWELL, G., 1952, 1984. Barcelona: Ediciones Destino, 1997.

LYON, David (1994): The Electronic Eye: The Rise of Surveillance Sociery, Cambridge, Polity Press. [Ed. cast.: El ojo electrónico: el auge de la sociedad de la vigilancia, Madrid, Alianza Editorial, 1995.

VERDÚ, Vicente (2004) “La Sociedad Transparente”. España.

DE UGARTE, David, ¿Redes sociales o redes de control social?, http://deugarte.com. Enero de 2009.

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